Los campesinos han estado en el olvido siempre, en Colombia y en el mundo; el olvido es la condición misma de los campesinos dentro del capitalismo; no están nunca en desarrollo, excepto en periodos muy cortos en que un triunfo político o un movimiento social los coloca a la ofensiva; en términos generales están a la defensiva, están siendo desgastados, disminuidos, consumidos por dentro, aculturados; migran, abandonan sus costumbres, pierden sus conocimientos agrícolas, les quitan tierras, pierden importancia económica, importancia demográfica y sin embargo, cualitativamente están ahí, y es que finalmente, nuestros países se siguen alimentando sobre la base de una agricultura en alta proporción campesina.
Los campesinos nos alimentan; siguen siendo, desde el punto de vista del abasto alimentario, un sector fundamental.
Es de esperar que esta crisis producto de la pandemia del COVID-19 modifique la apreciación y la visión sobre la agricultura campesina como algo residual, del pasado y comience de nuevo su revalorización y que las políticas públicas la contemplen como un componente fundamental para el desarrollo del país.
La agricultura campesina, lejos de ser un sueño romántico o un regreso al pasado, es una solución de futuro.
Primero, es una alternativa para la alimentación mundial que permitirá no solamente acompañar a medio y largo plazo la evolución del pueblo, sino también trasformar la dieta humana, saliendo de la “macdonalización”. En segundo lugar, la agricultura campesina podrá contribuir a la preservación de la “madre tierra”, reconstruyendo su capacidad de regeneración y, en tercer lugar, ella contribuirá a un equilibrio social y cultural.
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